Del California a California
El California Dancing Club no sólo forma parte de la vida histórica de la Ciudad de México, también de los cientos de bailadores que lo visitaban cada lunes y viernes. La cronista Mina Arreguin detalla algunos de sus experiencias.
El título de mi artículo creo que lo entiende muy bien «Pepe Grillo», el taxista. Un muy buen bailador que me regresaba a casa los lunes y viernes por la noche cuando yo vivía en la Ciudad de México, precisamente en la calle de California en Coyoacán.
Retomé algunos pasajes de un texto que escribí hace algunos años en la década de los noventa y lo completé con vivencias más actuales. Creo que el resultado describe mí visión de entonces y de ahora acerca de ese mítico lugar al que iba a bailar cada semana, el famosísimo “California Dancing Club” alias el “Califas” de la Colonia Portales. Uno de los grandes salones de baile popular -el otro es el Ángeles– que por fortuna subsisten. Este último ya en actividades, ambos cerrados temporalmente a causa de la Pandemia.
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Seguramente también el California se reactivará pronto -como me comentó su dueña hace unos días- para seguir creando ese ambiente maravilloso de baile, música y camaradería que ha tenido desde su nacimiento y que debe ser restituido con la asistencia, el cariño y la alegría de quienes por años hemos disfrutado de su portentoso concepto de divertimento sano. Creo que ya es tiempo de ir reviviendo estos lugares donde han desfilado infinidad de personajes, tanto músicos, como intelectuales, políticos, artistas y desde luego un sinnúmero de excelentes bailadores.
Haciendo memoria de esos entrañables años escribí acerca de un lunes o viernes cualquiera en el California:
“…con dos maravillosas orquestas y un grupo tropical. Entre las danzoneras nada menos que Felipe Urban el príncipe del danzón, la de José Casquera, la del Chamaco Aguilar…” y las vigentes en esa década, todas estupendas.
“…Los lunes, ya iniciada la música en vivo, lo más llamativo son los bailadores, un verdadero espectáculo digno de una película de Fellini, Scola, Saura o Sally Potter, sin olvidar desde luego el filme más importante sobre el tema: “Danzón” de María Novaro, que captura: no solo las imágenes en movimiento y la música, sino la mística, la dinámica y el sentimiento de lo que es el danzón y los salones de baile…”
“…El Califas estaba lleno a pesar de ser lunes. Mariana de la Cruz con su amable saludo y grata sonrisa atendía la caja como siempre… Para comprar el boleto de entrada se forman dos colas: una de mujeres y otra de hombres, éstos pagan un poco más que las damas y antes de entrar al salón hay que entregar el boleto al hermano de Mariana, siempre elegantemente vestido y muy amable, enseguida se procede a hacer a un lado con la mano la cortina de brocado rojo que hace las veces de cancel de entrada. Al descorrerla se revelan las primeras imágenes que auguran una tarde plena de regocijo. Listo ya estás en la enorme pista, con un buen piso de mosaico que permite el “desliz corto emocionado y grave” como dice el poema cubano anónimo titulado: Instrucciones para bailar danzón…”
“…Dentro del salón es costumbre que los bailadores se distribuyan de acuerdo a sus preferencias o habilidades, los muy buenos para bailar o que así se consideran bailan al frente cerca de la orquesta, los que consideran van de pareja o en plan de conquista suben a la planta alta o buscan las orillas con luz más discreta. Entrando a mano izquierda está el guardarropa en donde nunca se ha extraviado nada y sólo das una propina. Enseguida está la Barra donde se venden refrescos, café, sándwiches, dulces y frituras, pero nada de bebidas alcohólicas…”.
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“…En la pared opuesta hay una zona de mesitas con sillas y un mesero que puede traer de la barra lo que el cliente desee comprar…Entre el público asistente hay quienes quieren formar parte del todo y bailan en el centro, los más exhibicionistas se acomodan en las orillas de la pista para ser observados por hombres y mujeres que permanecen de pie, a algunos les gusta mirar y las damas que permanecen en esta zona generalmente esperan ser invitadas a bailar. Al frente de la pista bajo el escenario donde tocan las orquestas, hay una banca larga con asientos individuales a todo lo ancho y que está reservada tácitamente, para las muy buenas bailadoras, ellas casi siempre visten atuendos de baile, con zapatos de tacón desde luego. Pero cuando no bailan se convierten de inmediato en duros jueces y califican severamente con la mirada a toda pareja valiente que se anime a bailar ante sus ojos… Los bailadores que pretenden salir a la pista con estas damas, se paran en frente de ellas en posición de: en sus marcas… listos…y… para ganar ese privilegio. Ellos usualmente se atreven porque ya tienen experiencia y son conocidos en el salón, lo común es que bailen únicamente una o dos melodías con cada una…”
A mí en particular me gustaba observar a una pareja extraordinaria: Angelita y Gabriel Jardón, bailadores de todos los ritmos, con una gracia, coordinación y rapidez difícil de igualar. También disfrutaba otras parejas emblemáticas como los abuelos: Ma Elena y Pedro, y también a Francis y Toño Arellano entre otros, prefiero detenerme aquí para no omitir a tantos más que formarían una lista interminable.
Cuando mis actividades me lo permitían, me gustaba llegar temprano y sentarme en la banca de las bailadoras destacadas para: “…observar con un sentido cinematográfico la llegada de todos, escuchar a los músicos afinar sus instrumentos y ver a las señoras darse el último retoque a su arreglo, alisándose el cabello, pintándose los labios o ajustándose el calzado. Los hombres que también son cuidadosos en su apariencia para el baile se abrochan y desabrochan su saco, se dan una peinadita y se aseguran que la corbata esté en su lugar. Los galanes siempre van de traje sastre, algunos ya muy gastados que han sido testigos de muchas jornadas en el salón, pero siempre bien planchados y portados con dignidad…No sabría decir con cuantos bailadores he bailado, son muchos y no me sé los nombres casi de ninguno, nunca se los pregunto tal vez para evitar una conversación ya que sólo deseo bailar, a muchos se les conoce únicamente por su apodo. Algunos te saludan al iniciar la primera pieza, pero otros ni eso, solo extienden la mano en actitud de pedirla y te dan las gracias al terminar o te piden muy correctamente les concedas una más…Por supuesto identifico mejor a aquellos con quien me gusta bailar, son también varios, como Alex, maestro de baile, siempre correcto y con el mismo traje gris, o a lo mejor todos sus trajes son grises, un día se cortó el canoso cabello que usó mucho tiempo largo y atado cómo cola de caballo. Baila muy bien, aunque es un poco brusco, “se jura galán” como dice mi amiga Alicia. él baila también tango y aunque en el Califas no se interpreta esa música, él introduce en el danzón alguno que otro pasito tanguero, lo cual no me disgusta…”
También me tocó bailar con el papá de Fredy Salazar y Jacobo algunas ocasiones. Siempre iba muy bien vestido, de traje. Era muy correcto al saludar y pedir la pieza. Me gustaba su forma de moverse sin muchas vueltas y la manera de conducirme en la pista. En una ocasión le comenté que su estilo me gustaba, bailar el danzón cerrado y sin tantos giros, me dijo que él era salonero, que no le gustaba la nueva forma académica de bailar, no obstante que en su familia había quienes la dominaban muy bien. Me comentó que su hijo era maestro en la Casa de Cultura en Coyoacán.
– ¿Es Fredy le pregunté?
– Sí, ¿lo conoce?
– Soy la Directora de esa Casa de Cultura -le dije- y estoy muy orgullosa de haberlo invitado porque está haciendo muy buen trabajo y la verdad baila muy bien.
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Otro bailador con quien me gustaba bailar era uno alto con el cutis marcado por el acné juvenil supongo, pero que siempre anda impecablemente trajeado y muy perfumado, creo que usa lociones de marca y no copias originales. En una ocasión que bailé con él vestía un traje negro con rayas blancas de gis y una camisa negra con corbata blanca, solo le faltaba el sombrero para encajar perfectamente en el arquetipo de gánster de los años 40, es tan buen bailador como elegante es su vestimenta, una vez me atreví a decirle:
– Si tocan el danzón “Qué pasó Mariano” ¿me invita a bailar?
-Sí respondió muy serio, será un placer.
¡Qué tal! Así son de educados en el California yo siempre he afirmado que en los salones de baile son más decentes que en las escuelas de monjas. Él tenía su “club de fans” entre las que me contaba, a quienes nos gustaba salir a bailar una o dos piezas, ya que tenía a su alrededor otras bailadoras esperando. A últimas fechas algunas hemos notado un cambio en su modo de bailar danzón, mi amiga Kinny y también yo se lo comentamos y nos contestó que había tomado cursos de danzón de academia y tenía por ello nuevos movimientos, giros y pasos. Tanto mi querida amiga recientemente fallecida, yo misma y algunas otras de sus bailadoras ya no esperamos con tanto interés que nos saque a bailar, creo que perdió la esencia salonera que poseía y que tanto apreciábamos.
“…Hay otro danzonero alto, con quien bailo a veces, usa lentes y su imagen para mí está entre un cura o un profesor de escuela. Él es buen bailador ha de tener alrededor de 40 años y le gusta bailar con las más jóvenes. Baila muy erguido y no ve nunca a su pareja ni a nadie en particular. Su mirada va por encima de todos como si estuviera buscando algo en las alturas…es buen bailador de danzón y muchos otros ritmos…”.
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Cuando me fui a vivir a Guadalajara hace ya varios años, no dejé de asistir al California cada vez que regresaba de visita o por alguna otra razón a la Ciudad de México. No me puedo sustraer al gusto que tengo por el danzón con la música en vivo de excelentes orquestas. Disfruto también el respeto y el ambiente que se cultiva en esos sitios, para ilustrarlo una última anécdota: La primera vez que fui con mi actual marido un lunes, le pedí que no entrara conmigo para que mis bailadores o “marchantes” -como le gustaba decir Don Alfredo el papá de Fredy Salazar- no percibieran que llegaba acompañada y que por esa razón, no me sacaran a bailar. “Bueno, son capaces de ni voltear a saludarme” le explicaba a Homero, tal es el respeto y los códigos no escritos que forman parte de la cultura salonera en la capital del país. Él entraba un minuto después como si viniera solo y se dirigía a la parte de arriba para desde ahí observarme y únicamente después de la primera tanda de seis o siete danzones, bajaba y bailaba conmigo todo el tiempo. Ahora que ya lo conocen, él mismo va a solicitar a alguno de los bailadores con quienes me gusta bailar si aceptan un danzón conmigo, ya que de otra manera no me invitarían. Mi esposo tiene ya también algunas bailadoras a las que solicita una pieza y con las que se siente a gusto bailando.
A Mariana de la Cruz, propietaria, organizadora y promotora de todo lo que ahí acontece, por mantener durante tantos años ese entrañable lugar para los amantes del baile.