Una dama de altura
Rosa Adbala fue un pilar muy importante en la difusión del danzón en las nuevas generaciones, rememora la cronista Mina Arreguín.
¡Realizaríamos nuestra primera exhibición de danzón! el maestro Miguel Cisneros había logrado que tres parejas quienes apenas nos iniciábamos en ese género nos atreviéramos a presentarnos ante un grupo de “expertos”, en un evento que se realizaría -según nos dijo- en el Salón Riviera de la Ciudad de México. El lugar me era conocido por haber asistido a la fiesta de quince años de una prima. Ese salón durante mucho tiempo funcionó como salón de fiestas para quinceañeras, bodas y bailes privados.
Yo, había bailado desde niña, pero nunca nada relacionado con el danzón y menos una coreografía. El maestro nos comentó que en el evento habría grupos y parejas ya muy experimentados, lo cual me hacía sentirme insegura, sobre todo porque lo que había observado en mis primeras clases era que el danzón exigía mucha precisión, era muy “cuadradito” y sin mucho margen para corregir los pasos o para ocultar errores y además lo habíamos practicado en realidad muy poco.
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El Riviera era muy grande, el día del evento estaba profusamente iluminado y saturado de personas. Había una gran cantidad de bailadores, casi todos caracterizados con sus atuendos según el ritmo que iban a bailar; los de mambo llevaban sus mangas con olanes coloridos, ahora sé que se llaman “mamboleras”; los que bailarían vals smoking y vestidos largos; mi grupo iba de negro, las mujeres con vestidos de coctel y los hombres de traje sastre y corbata, fue más fácil vestirse así ya que ninguno en el grupo tenía aún la prenda clásica del hombre para bailar danzón, la guayabera y las mujeres no teníamos todavía idea clara acerca de cuál era el atuendo adecuado.
Entre los asistentes la mayoría bailadores había gente de todas las edades, algunas personas muy mayores, entre ellos una pareja que llamó mi atención y que después supe eran “los Tenorio” Don Ricardo y Paquita, muy conocidos por los asiduos asistentes a los salones de baile, pero también había adultos, jóvenes, y también estaban los niños.
La Orquesta Universitaria del maestro Pepe Luis amenizaría el evento. No podría asegurar si en esa ocasión había alguna orquesta danzonera, pero sí recuerdo bien que las coreografías de danzón eran ejecutadas con discos.
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Ante tal cantidad de personas el conductor del evento o locutor, trataba de poner orden vociferando y dando instrucciones a través de un micrófono, pero nadie parecía hacerle caso, lo que provocaba que el presentador subiera el volumen y el tono de su voz con muy malos resultados ya que sus palabras se distorsionaban y no lograba su cometido.
En realidad los únicos atentos y ordenados eran los niños, su actitud contrastaba con el vergonzoso comportamiento de los mayores, todos ellos iban muy arregladitos, con sus atuendos de color blanco, bien peinados y sobre todo muy disciplinados, representaban una prometedora generación de danzoneros originaria de Veracruz.
Dentro de ese mundo de música, disfraces y baile, me llamó poderosamente la atención una señora alta, muy guapa y que evidentemente dirigía al grupo de infantes jarochos, los niños atendían con respeto sus indicaciones, seguramente es la maestra pensé. Cuando iniciaron su presentación observé que bailaban muy bien, los chicos se movían con elegancia y las niñas con gracia y soltura, entre ellos captó mi mirada, un joven delgadito y muy alto que destacaba no solo por su estatura sino por su confianza al bailar, parecía que tenía años en esto del baile, lo cual por su corta edad era imposible, era hijo de la maestra, “Son los niños de Rosita” escuché que decía una bailadora, a mis espaldas.
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Creo que esa tarde en el Riviera se convirtió en el incentivo definitivo para decidir sin lugar a dudas que quería dedicarme a bailar danzón, me explico: En esa época ya había asistido al Salón Colonia y estaba deslumbrada con el ritmo, pero no lograba decidirme a continuar asistiendo, entre otras cosas porque no había quien me acompañara en mis incursiones saloneras, eso era un serio problema, mis amigos argumentaban que el Colonia se encontraba en un sitio peligroso … “está en la Doctores”, “qué te andas metiendo en esos barrios” “mejor vamos al Gran León con Pepe Arévalo” … Eso me causaba incertidumbre, sin embargo lo volví a intentar una y otra vez, pero regresaban la indecisión y los razonamientos de mis amistades. Supongo que esa especie de virus que dicen los bailadores que contiene el danzón ya había penetrado en mí y se negaba a aceptar razones distintas al fenómeno del baile. Afortunadamente todas mis dudas terminaron esa tarde al ver a la señora Rosa Abdala tan elegante, con un vestido bordado con chaquira y lentejuelas; con su porte, su grata sonrisa, su manera de bailar y su desempeño conduciendo a sus chicos en el escenario.
Probablemente vi bailar entre esos niños que tanto me gustaron a muchos que ahora conozco bien, ¿Quiénes eran los demás que bailaron con Miguel Zamudio el hijo de Rosita?: ¿Acaso Irving ?, ¿José Luis Juanes?, ¿Toñita? y ¿Anabell ? Yo creo que estaban ahí ellos con otros igualmente buenos y disciplinados niños danzoneros.
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Así fue precisamente que la personalidad de esa dama y su fina estampa me convencieron de que era el Danzón lo que quería bailar, deseando que ojalá llegara yo a disfrutarlo como lo hacía en esa ocasión Doña Rosita, a quién vi bailar con gracia, cadencia y elegancia, me dediqué a observarla en la pista y me cautivó su sonrisa, era notorio, que lo disfrutaba.
Fue después de esa experiencia me decidí a no dejar de asistir a esos salones aunque tuviera que ir sola. Los comentarios de mis amistades quedaron en segundo plano. Y puedo asegurar que nunca, en tantos años de asistir a ellos tuve ningún problema ni dentro ni fuera de ellos, no vi un acto impropio, ni me pasó nada que tuviera que lamentar.
Ahí empezó mi historia con este ritmo y ahora a tantos años de disfrutar, difundir, investigar y escribir acerca del danzón, concluyo que después de todo lo vivido no podría dejar de bailarlo, actualmente sigo enamorada de él, y lo practico aún en circunstancias extremas como la pandemia del COVID que nos ha afectado a todos.
Me considero afortunada por tener en casa a Homero, otro enamorado del Danzón.
A Miguel Ángel Zamudio Abdala, digno heredero y celoso guardián de los esfuerzos en pro del danzón iniciados por doña Rosita Abdala.