Danzoneros Danzoneros

Tres breves relatos

A través de 3 relatos, la cronista Mina Arreguín describe historias de fuerte sentimiento danzonero.

 ·  noviembre 28, 2023
Tres breves relatos
Los pies de una pareja bailando danzón. / Foto: Arturo Ordaz - Revista Danzoneros.

Noviembre es el mes de los muertos, fusión entre lo indígena, lo católico y hasta lo comercial y extranjerizante como el día de brujas o Halloween. También es el mes de las ofrendas, de la milagrosa levadura para producir el pan, de las calaveritas de azúcar y de otras que se elaboran con ingeniosas rimas. En este ambiente místico entre la ficción y la realidad he decidido en esta ocasión hacer un cambio en la forma de escribir mi artículo mensual, dar descanso a las crónicas puntuales e intentar algunos relatos que pueden ocurrir en cualquier pista de baile y con los cuales quizá nos sintamos identificados, historias similares a hechos reales, parecidos a vivencias propias o a sucesos de los que fuimos testigos. No me refiero a nadie en particular, en realidad algunas de las escenas que describiré se parecen a situaciones propias o que he visto acontecer en alguien más, no señalo a ninguna persona en especial, únicamente me concedo la libertad y las licencias que otorgan al que escribe, la ficción y la literatura.

Lee también: Simón sigue bailando su danzón

I

Hace años decidí tomar clases con unos afamados maestros de danzón, de esos tan reconocidos en el medio, que cuando llegan al salón o a un baile cualquiera reciben los saludos y muestras de admiración de la mayoría de los asistentes. Desde la primera vez que los vi llamó mi atención su forma de bailar y cuando me enteré que además daban clases me apalabré con ellos y comencé asistir a sus sesiones.

Algunas incursiones semanales después, en una zona de la ciudad a la que no iba con frecuencia más que para tomar mi lección de danzón, los maestros me invitaron a un lugar dónde se bailaba con grupos musicales en vivo y se consumían alimentos y bebidas. Fui con ellos, pero el lugar realmente no fue de mi agrado, sin embargo, en atención a mis maestros accedí con dificultad a ir una segunda vez ante su excesiva insistencia.

Llegamos nuevamente al sitio que no acababa de gustarme a una de las mesas que daban a la pista y unos minutos después de iniciado el baile se apersonó un señor bien vestido con traje y corbata que contrastaba con los estándares del lugar, ya que la clientela se conformaba en su mayoría por trabajadores pertenecientes a la cercana zona industrial que colindaba con esa colonia de extracción más bien popular. Ese personaje me fue presentado como el dueño del restaurante por mis mentores en el baile. Apenas unos minutos después la maestra pretextó ir al baño y el maestro la acompañó, no regresaron más, ni siquiera por sus Raleigh con filtro que habían olvidado en la mesa, dejándome a mí sola con el Don Juan de ocasión que trataba de impresionarme dando instrucciones a sus meseros para que me trajeran de comer y beber lo que yo quisiera, como no quise nada, inmediatamente pasó a su segundo intento de conquista comenzando a “florearme” con toda clase de halagos y piropos.

El resultado fue peor para él, ya que comencé a preguntar por mis maestros y a buscarlos con la mirada por todo el lugar, entonces sobrevino, por decirlo en términos cristianos, “la tercera caída”: por fin se decidió a invitarme a salir a la pista, haciéndome antes la aclaración de que no sabía bailar danzón. “¿Cómo? -le dije- si no sabe no tiene caso que bailemos, Le sugiero que tome clase con sus amigos y quizás en otra ocasión le acepte bailar una pieza”. Él contratacó con un desesperado intento -el último- y me dijo con absoluta desfachatez que ya me había observado la vez anterior que fui y que le gustaba mucho y que había convencido a mis maestros de que me invitaran, incluso agregó: “llegué a pensar que no me iban a cumplir” así lo dijo sin recato alguno.

Tomé mi bolso de mano y solo dije “con permiso, me tengo que ir” me levanté y busqué la salida, el tipo estaba tan desconcertado que ni siquiera me acompañó a la puerta. Me subí a mi auto muy enojada y con ganas de reclamar fuertemente a mi maestra por su papel de “Celestina” y también al alcahuete del maestro, no concebía qué pasó por sus cabezas para meterme en ese embrollo, me pareció una falta de respeto a mi persona. Nunca más volví a tomar clase con ellos, aunque después de algún tiempo como diría Chava Flores en una canción “creo que se me acabó el rencor” y ahora los vuelvo a saludar con corrección y hasta con un poco de cariño. Ellos también dejaron de observarme de soslayo cuando coincidimos en algún sitio temerosos a mi reclamo, jamás me volvieron a insistir en regresar a su clase intuyendo que, por supuesto, yo no aceptaría.

Lee también: Recuerdos de la Danzonera Dimas


II

Una bailadora que conozco se hizo de una nueva pareja, tal vez novio, que conoció en un baile. El sujeto es a vista de todos un principiante, aunque hay quien asegura que tiene ya mucho tiempo de ir a clase con diferentes maestros, “algunos siempre serán principiantes”, dice un amigo mío. Ella notó a la primera su falta de pericia al bailar, pero no le importó lo suficiente, “es correcto, se viste bien, parece no tener problema económico, no discute y sobre todo no tengo que esperar a que me saquen a bailar” me dijo ella una vez.

Hicieron una especie de juramento para bailar solamente entre ellos y comenzaron a dejarse ver en eventos ya oficialmente como pareja de baile. El siguiente paso fue inscribirse en una academia e iniciaron clases y ensayos para mejorar su técnica, preparar rutinas y coreografías bajo la supervisión de un instructor. Mi conocida si bien no pertenece al grupo de bailadoras más selectas; de esas que no dejan pieza sentida, sí era una ejecutante más o menos conocida que no permanecía sentada por mucho tiempo antes de recibir una invitación a salir a la pista.

La recién formada pareja se hizo notoria por pedir en cada oportunidad al encargado de poner la música grabada o al director de la orquesta cuando la había, dos o tres danzones que se sabían de memoria y en los cuales dominaban sus pasitos y figuras, “aquí un apuntado, ahora cuadro lateral, columpio, enredo y remate, perfecto”. La dificultad se presentaba usualmente cuando trataban de aplicar sus vistosos movimientos en otros danzones, ocurría que con frecuencia se equivocaban y perdían seguridad, algo lógico pues no hay dos danzones iguales, incluso cada orquesta se diferencia de otra imprimiendo su sello distintivo a una misma pieza conocida.

Pronto empezaron las discrepancias, creo que la amiga se aburrió de convertirse en la comidilla de otros bailadores, algo muy raro, ya que la crítica no es común en este baile, ¿verdad que no? sentían que todos estaban pendientes de sus movimientos, especialmente del cierre. En respuesta la pareja se convirtió a su vez en un severo juez de otras parejas bailadoras, el otrora dócil y condescendiente bailador se había transmutado en un experto tras su propia interpretación de las enseñanzas de su instructor, pero sobre todo, debido a la observación de cientos de videos en el YouTube y demás redes sociales, ya hasta daba indicaciones y corregía a mi conocida sin rubor alguno. Por su parte, también ella se había convertido en una inflexible censora de los errores cometidos principalmente por otras mujeres, respaldada en las mismas fuentes que su compañero, las redes sociales.

Resumiendo: él ya sabía todo acerca de danzón y ella pues, también. Habiéndose dado a sí mismos el título de expertos empezaron las discusiones y los desfiguros entre ellos, ´hasta que un día después de una visible discusión, ella lo dejó parado a media pista ante la risita disimulada de varios de los concurrentes. A mí me dio pena esa ruptura, los observo actualmente ya cada quien por su lado como si hubieran regresado a una etapa anterior, él sigue sin bailar bien y ella tiene que esperar algunas piezas antes de ser invitada a bailar.

Lee también: Cuba y su flauta mágica


III


En el barrio donde habitamos actualmente conocimos a unos vecinos que con el tiempo y por muchas razones se han hecho amigos cercanos, alguna vez nos vieron bailar con mi esposo y nos manifestaron que les gustaba el danzón y que querían aprender a bailarlo. Nos preguntaron acerca de la posibilidad de darles clase: “no doy clase de danzón, de hecho he dado muy pocas hace mucho tiempo y conozco muchos maestros en la ciudad que se dedican a ello y les puedo recomendar algunos” les dije. Nuestros amigos insistieron en que querían aprender con nosotros y con gusto accedimos pactando una próxima sesión para introducirlos en las cuestiones más básicas del ritmo, los pasos elementales y la forma de ejecutarlos.

Así lo hicimos y resultó una agradable experiencia para todos, ellos aprendían muy rápido y captaban los compases musicales y su relación con los pazos sin problemas: “Cuadro al centro, columpio, cuadro lateral, ahora paseo, atención ahí viene el remate…”. No recuerdo que hayamos tenido más de tres clases, quizá cuatro, pero nuestros amigos ya eran capaces de bailar un danzón completo por sí solos. Fue en días de abril cuando ya no hace frío y el calor todavía no se hace presente cuando comentamos que ya preparábamos nuestro acostumbrado viaje anual al festival de danzón de Veracruz en el mes de mayo, les preguntamos si les gustaría ir y fueron, resolvieron su agenda usualmente muy ocupada y llegamos al puerto con nuestros amigos llevando a cuestas unas pocas clases, grandes expectativas, pero, sobre todo, muy buena disposición para conocer el medio danzonero y divertirse.

Ellos en verdad disfrutaron el evento, no se sentaban prácticamente en ningún momento, casi puedo asegurar que bailaban las tandas completas de cada danzonera, no se preocupaban por cerrar siempre a tiempo, a veces lo hacían, pero otras se pasaban un poco, sin embargo, al observar que los demás ya se habían detenido se sonreían y se detenían también y volvían a entrar a tiempo. Bailaron en el Zócalo, en la presentación de La Charanga del Puerto en el CEVART y en el baile de gala y además disfrutaron la muestra en el teatro observando otros estilos. Siempre que recuerdo ese viaje reflexiono acerca de que el baile puede disfrutarse desde el inicio con los pasos básicos, sentirlo sencillamente interpretando lo que la música indica, creo que muchos de nosotros y algunos instructores con el afán de mejorar o innovar a veces hemos hecho tan complejo este baile que provoca que algunas personas desistan al intuir un largo camino antes de dominarlo, de igual forma observo que hay bailadores que lejos de disfrutarlo nunca dejan de sufrirlo.


A mis vecinos Raquel y Manuel, con mucho afecto.

Quizás podría interesarte

Danzoneros Danzoneros