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La música tropical fue el punk (la rebeldía) de mi adolescencia

La música se puede convertir en propuestas revolucionarias a nivel personal y social. Sin importar el género, este arte tiene un gran poder sobre las personas.

 ·  agosto 10, 2021
La música tropical fue el punk (la rebeldía) de mi adolescencia
Foto: Arturo Ordaz.

La música jugó un papel fundamental en mi familia. Crecí escuchando los clásicos instrumentales de Frank Pourcel, Ray Conniff y Paul Mauriat. Mi padre siempre nos inculcó el amor al rock en inglés, a las baladas románticas, al bossa nova, entre otros. Por parte de mi madre, su afición a la música disco nunca faltó. Una diversidad de ritmos desfilaba por las bocinas de mi hogar menos uno, el tropical. 

Desde niño tuve gustos raros. Me obsesioné con un disco de Eydie Gormé y los panchos a los 8 años, aunque nadie escuchaba boleros en casa. También hice que me compraran un disco de Pérez Prado porque escuché una canción en la calle y me gustó mucho la música. Esos clásicos nunca sonaron a petición de mis padres, pero seguramente los escuché en una reunión familiar, aunque no lo recuerde. 

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Al filo de los 12 años tomé un amor tremendo por el grupo estadounidense de rock, The Doors. Mi padre estaba fascinado por continuar con su afición a la música en inglés. Todo marchó de maravilla hasta que conocí la cumbia. Ahí comenzaron los problemas. 

De rockero pasé a ser charanguero. Empecé con los grupos más trillados como la Sonora Dinamita hasta terminar con canciones rebajadas que sólo aparecían en videos donde la gente baila en la calle. Desde ese momento me fui en un tobogán sin fondo para recorrer todos los ritmos afroantillanos: salsa, son, montuno, mambo, cha cha chá y desde luego, el fabuloso danzón

Mi gusto por la música tropical originó una relación ríspida con mi padre. “¿Por qué escuchas música de macuarros?”, “quita tu música de nacos”, me sentenció más de una vez. Sin embargo, fracasaron los esfuerzos de mi papá por suprimirme ese gusto. Los ritmos latinos se volvieron mi rebeldía, mi punk. Al final, él comprendió que no se trataba de una etapa.

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Algunos dicen que por más que suprimas o escondas algo que te molesta, si no lo enfrentas, tarde o temprano te explota en la cara. Por más irónico que parezca, mi papá nació y creció en el barrio bravo de Tepito. Durante los primeros 25 años de su vida estuvo rodeado de toda la música que yo escuchaba, pero lejos de agradarle, hizo todo lo posible por salir de ella. 

Admiro y honro al hombre que me dio la vida porque fue muy valiente. Fue el único de 12 hermanos que logró terminar una carrera universitaria a pesar de que tuvo grandes carencias. Escapó del barrio para no volver más e iniciar desde cero. Tal vez por eso su insistencia en suprimir todo rastro de sus primeros años de vida. A lo mejor quería otorgarle un contexto diferente a sus hijos para que crecieran lejos de lo que él padeció, aún si esto significaba eliminar la música de su origen. 

Parte del amor que tengo por las letras también se lo debo a él. Aunque ya no está para observar que he fusionado dos de mis pasiones: el periodismo y el danzón, seguramente estaría orgulloso. Decidí entregarle parte de mi vida a un ritmo afroantillano, un género musical que tal vez no era de su agrado, pero él también me enseñó a apreciar la belleza de la música y el poder tan grande que tiene sobre las personas.

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