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Una coreografía (Parte I)

Aunque las rutinas no son del agrado de Mina, la cronista nos platica sobre el trasfondo de estas ejecuciones.

 ·  marzo 25, 2024
Una coreografía (Parte I)
Rutina masiva con el danzón Almendra.

A mí no me gusta bailar en coreografías grupales, tampoco hacer en pareja esquemas de baile para la presentación de un danzón específico: “aquí, apuntado….con este compás nos soltamos y tú haces cuadro y yo tal cosa…etc.” Mi concepción del baile de danzón se basa en la intuición al escuchar la música y en la libertad de los ejecutantes, ello es quizás el resultado de la forma en que a través de muchos años me fui adentrando en la práctica de este ritmo, ya he contado en otra oportunidad que cuando inicié me aventuraba a ir sola a visitar los salones de baile y me sacaban a la pista diferentes bailadores, cada uno con su estilo, conducción y particularidades de interpretación.

En esos primeros años en el salón Colonia, luego en el Ángeles o el Riviera, encontraba cada vez gratas sorpresas al descubrir algún danzonero de movimientos interesantes y también, a decir verdad pocas veces, a bailadores con los que preferiría nunca volver a intentar una pieza, creo que esos años iniciales marcaron mi manera de entender y vivir el baile muy al estilo salón, con bailadores que no hablan mucho, que más bien ejecutan conforme a su saber y entender, cosa que a mí me gusta, por lo general son correctos, limpios, e interesados únicamente en el baile, claro, con alguna excepción desagradable.

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Debo aclarar que el hecho de que no me agrade participar en rutinas o coreografías no evita que admire algunos trabajos de los grupos que acostumbran estos esquemas de baile, me parecen válidos y merecen todo mi respeto. De hecho, en muchas de las muestras a las que asisto he estado observando por horas a los diferentes grupos que se presentan en los teatros, creo que una vez me chuté, por así decirlo, casi treinta números musicales entre que me tocaba participar en un colectivo y que me quedé a ver a unos amigos que subirían al escenario casi al final de la muestra, hay que ser solidarios ya que al término de las presentaciones había más butacas vacías que público, que de por sí está conformado casi exclusivamente por danzoneros que ya habían participado y se habían retirado seguramente a tomar algún alimento y descansar lo suficiente antes del baile por la noche.

En mi punto de vista en el colectivo1 hay mayor libertad, tiene más parecido a lo que es quizás el espíritu del baile de pareja como yo aprendí a concebirlo en los salones de baile, incluso pienso que ni siquiera debiera conocerse de antemano la pieza a interpretarse en este tipo de presentaciones para evitar que también en éstas se desarrollen rutinas muy ensayadas por una pareja. En contraposición he escuchado opiniones de algunos compañeros que piensan que al subirse a un escenario se debe mostrar lo mejor que se tiene y por ello es importante ensayar rutinas o pasos específicos para cada parte de un danzón, haciendo según este razonamiento una ejecución más lucidora. Si bien me parece discutible esta manera de pensar, creo que también son respetables estos puntos de vista.

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Sin embargo, toda regla tiene una excepción, hace diecisiete años fui la madrina de la primera generación de alumnos de la maestra Tere Salazar que había conjuntado a un numeroso grupo de bailadores en las inmediaciones de las ciudades de Toluca y Metepec, en el Estado de México, justo en un centro comercial llamado Plaza las Américas que la había contratado, por lo que tenía que trasladarse desde la Ciudad de México una vez a la semana. Yo fui un poco responsable de que Tere aceptara esa invitación de trabajo y tal vez algún día lo cuente en otro escrito, pero baste por ahora decir que la maestra Salazar conformó un numeroso grupo de parejas en su mayoría principiantes, aunque había algunos que tenían algún camino andado, las clases resultaron un éxito, llegué a ver a más de cuarenta personas practicando y los participantes resultaron ser muy entusiastas. Con alguna frecuencia Tere me comentaba los progresos que iba alcanzando en su nuevo trabajo y detalles acerca de cómo iba avanzando.

Poco tiempo antes de cumplir el año de dar clases por aquellos rumbos, un día me llamó la maestra Salazar y me dijo: “Mina, me gustaría que fueras la madrina de mi grupo que ya va a cumplir un año y habrá una celebración especial muy bonita y me van a contratar una orquesta, por lo que estoy preparando una coreografía con algunos de mis alumnos.” Me pidió mi opinión en algunas cosas entre ellas la selección de la orquesta y acordamos que fuera la Danzonera Yucatán del maestro Pablo Tapia, también le inquirí acerca de qué significaba ser madrina, me tranquilizó al decirme que no implicaba comprar los atuendos de todos, ni el pago de la orquesta, ni nada de eso, más bien estaba contenta con la incursión en Metepec y Toluca y yo había sido parte de esa aventura al haberla impulsado a tomar la decisión, por lo tanto quería que participara de la celebración, bailando y dirigiendo algunas palabras para el público asistente, quería que yo participara además en la coreografía con sus alumnos. Yo le dije que a mí no me gustaba eso de las coreografías ni vestirme igual en un escenario, y que además viviendo en Guadalajara no podría ensayar con sus discípulos pues eso implicaría trasladarse a Metepec cada vez y me era complicado.

Muchos años después un amigo bailador de Guadalajara me comentó en tono de haber resuelto un caso de novela policiaca: “Mina, vi unas fotos en que estás vestida de verde con vestidos iguales a las otras damas de la foto y con un grupo, ¿no que no bailabas rutinas? Ahí está la evidencia de que sí”. Me llamó mucho la atención que Armando y Rita su esposa recordaran eso que yo había comentado alguna vez con ellos acerca de que no me gustaba bailar en rutinas ni coreografías, de hecho. Ante tal evidencia respondí: “pues sí, siempre hay una primera vez, aunque creo que será la única y tuve mis razones”.

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Aquella presentación en la Plaza las Américas fue un gran evento, ese sábado en Metepec la orquesta del maestro Tapia tocó muy bien, el maestro Pablo quién también es reconocido como bailador a nivel de concursos ejecutó una pieza con Gilda Ramírez; Tere y su hijo Jacobo bailaron también, yo bailé una pieza con Jacobo y después de estos números individuales que fueron muy celebrados por el público que abarrotó la plaza, siguió la coreografía. Antes hubo una o quizá dos coreografías de grupos que habían asistido desde la ciudad de México, yo con micrófono en mano hablaba de danzón, de sus orígenes, explicaba un poco a las personas asistentes el por qué se detienen los bailadores en ciertos momentos de la interpretación, y cosas como esas. Muchas personas permanecieron todo ese tiempo disfrutando de la música y muy atentos al evento, como resultado las clases subsecuentes de la maestra Tere crecieron en alumnos nuevos deseosos de aprender a bailar danzón.

También debiera incluir otra experiencia, aunque distinta a la que me involucré tres o cuatro años antes, diseñé y dirigí una coreografía de tango y danzón que se presentó en el Casino Veracruz de Guadalajara, utilizando el danzón No. 2 del maestro Arturo Márquez, en esta ocasión yo no bailé, sólo dirigí a un par de parejas de amigos, unos bailando tango y otros bailando danzón con la música del maestro Márquez.
En realidad, como bailarina la experiencia del Estado de México ha sido la única en que yo participé bailando en una coreografía, fue el número final que arrojó la primera generación de bailadores de la Plaza las Américas, aunque pensándolo bien tal vez no deba considerar que bailé una coreografía en sentido estricto, eso lo explicaré en la siguiente entrega en esta revista el mes próximo, al igual que la segunda parte de mi comentario a Armando y Rita.

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1 Para los no danzoneros, me refiero al colectivo como aquella presentación muy usual en los eventos y muestras que ocurren por toda la república, ya sea en un teatro o plaza pública en la cual las parejas bailan cada una con su estilo y sin ponerse de acuerdo, a diferencia de las rutinas o coreografías donde todos los integrantes de un grupo hacen movimientos preestablecidos y ensayados, respetando en todo momento el esquema acordado por el diseñador de la rutina o coreografía.

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