El danzón debe continuar
Aunque la pandemia cambió la vida de muchos, el danzón debe continuar.
Algo cambió inevitablemente después del periodo de pandemia provocado por el virus Covid-19 que atacó a la humanidad, y que a decir verdad todavía no termina. Aunque evidentemente los meses de inicio y las primeras oleadas que se prolongaron por un par de años, nos cambiaron la vida en mayor o menor medida a todos.
Ahora sabemos más de la enfermedad y muchos hemos recibido vacunas para enfrentar el fenómeno que ataca con más fuerza a las personas con alguna comorbilidad -término aprendido en pandemia- y a los adultos mayores, que en el caso del baile de danzón somos mayoría indiscutible.
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Al principio cuando todavía no sabíamos bien los riesgos y alcances reales de esta enfermedad, nos parecía que para cuando llegara a México, desde la lejana China, quizá ya se hubiera encontrado remedio, tratamiento o por lo menos un control médico suficiente para contener los efectos del virus, aunque en muy corto tiempo presenciamos cómo el Covid-19 llegó a instalarse en todas partes, y su inexorable avance brincaba las barreras de la ciencia y desbarataba las distintas estrategias de las comunidades científicas de los países para limitarlo.
El contagio masivo llegó a nuestro país como llegó a todos los demás, fue entonces que comenzamos a tener conciencia de que las reuniones multitudinarias y el contacto cercano con otras personas se convertían en un peligro para la salud. Las advertencias de las autoridades sanitarias eran escuchadas por todos, pero en el fondo esperábamos que no fuera para tanto, no digo nombres pero una conocida mía bailadora pensaba que sólo las personas que no acataran puntualmente las recomendaciones serían contagiadas. Ella consideraba que una especie de castigo caería entre los más irresponsables o los que se “portaran mal”. ¡Qué lejos estábamos de la verdad! Tanto los falsamente ilusionados con un optimismo sin sustento real, como en mi caso, como los partidarios de una especie de represalia divina como en el caso de mi conocida, nos equivocamos rotundamente. El virus nos afectó a todos como sociedad y los ejemplos de mortandad a nivel mundial nos mostraron la gravedad de lo que enfrentábamos.
En efecto, la pandemia con los bailadores no se comportaría diferente. Al principio nos preguntábamos ¿qué pasaría con nuestra costumbre de asistir a lugares concurridos convocados por el ritual del baile? Y la respuesta llegó pronto, tal vez demasiado, comprendimos que la posibilidad de bailar en salones quedaba cancelada, pero no solo eso, la prohibición se extendía a las en plazas públicas y cualquier lugar de asistencia colectiva, ni siquiera en grupos pequeños en casa de amigos bailadores se podría estar seguro. Bueno, por lo menos los que tenemos pareja en casa pudimos bailar, el castigo era menor, pero sin música en vivo, eso ya era algo.
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El panorama para las orquestas no pudo ser peor, el gremio musical fue -como me hizo notar el maestro Alejandro Aguilar Alcántara- uno de los primeros en parar labor y de los últimos en regresar al trabajo. La mayoría de músicos que viven de tocar danzón vieron canceladas sus posibilidades de hacerlo, y lo peor, varios de ellos -nos enterábamos en Facebook- habían perdido la batalla contra la enfermedad. Tal es el caso del maestro Alberto Hidalgo con más de veinte años en la Danzonera Joven de México, su trompeta se escuchará ya solo en las grabaciones dejadas con El Chamaco Aguilar. También el saxofonista Leonel Vidal de la misma agrupación y pariente del Maestro Toño Vidal de la Real Danzonera, o el maestro Hidelberto Arias de la danzonera Dimas entre otros.
Los instructores de baile sufrieron también considerablemente, especialmente aquellos que tienen como forma de vida o por lo menos como parte sustantiva de sus ingresos el dar clases de danzón, ellos fueron severamente afectados en su economía.
A la mayoría nos comenzó a invadir un sentimiento mezcla de angustia, tedio, tristeza, preocupación y sobre todo incertidumbre. ¿Cuánto tiempo más seguiremos padeciendo esta situación? Pensábamos. En respuesta comenzaron a surgir acontecimientos que pretendían ayudar a sobrellevar ese estado de cosas, descubrimos que el zoom era una herramienta que había sido subutilizada y se llevaron a cabo todo tipo de reuniones, a través de las redes sociales se realizaron bailes virtuales.
Hubo algunas iniciativas que apelaban a la solidaridad para tratar de ayudar al gremio de músicos que fueron severamente golpeados por esta crisis. Se realizaron varios esfuerzos, recuerdo un concierto a distancia de la Charanga del Puerto desde Veracruz, otros de la Danzonera Joven de México del Chamaco Aguilar, alguno más del maestro Daniel Guzmán y su Danzonera América. También hubieron presentaciones del maestro Gerardo Arreguín y la Anáhuac, así como las conocidas danzoneras de Felipe Urbán, Acerina, José Casquera y otras que lograban contribuciones voluntarias que seguramente en algo ayudaron.
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Al igual que los músicos, los maestros que enseñan el baile también en un acto de creatividad buscaron la forma de mantenerse vigentes a través de las redes sociales. Muchos alumnos solidarios se inscribieron e intentaron contribuir en una apuesta por conservar las clases. Pero el tiempo se alargaba y se alejaba la expectativa de un regreso a la “normalidad”, esa normalidad que nos negábamos a creer que no regresaría jamás, esa que no regresó igual, el tiempo se encargó de revelarnos que el mundo había cambiado.
Por su parte, los salones de baile recibieron un golpe económico que en algunos casos no fue superado, el Sociales Romo ya como GyR cerró y ya no pudo abrir sus puertas. El California Dancing Club permaneció cerrado y su reapertura esporádica ya no incluye al danzón por el momento. El mítico salón Los Ángeles apeló a su público de tantos años y varios de nosotros hicimos donativos en función de nuestras posibilidades, además de realizarse muchos eventos de todo tipo, desde bazares, gastronomía, subastas de arte, etcétera. Para acabar de pintar la catastrófica escena, todos los eventos, muestras, congresos y similares acontecimientos danzoneros en todo el país dejaron de realizarse con sus consecuentes pérdidas, económicas y sociales.
Afortunadamente, como género humano siempre hemos tenido la capacidad de adaptarnos a las circunstancias por duras que sean, parafraseando el dicho popular: “No hay mal que dure cien años, ni danzonero que lo resista” ¡Regresamos a bailar! Ya estamos de nuevo convocados por la secuencia del cuadrito, el columpio y el paseo. Muchos de los eventos que fueron cancelados tras muchos años de realizarse en forma ininterrumpida están volviendo a resurgir en todo el país.
No obstante esta alegría, al mismo tiempo comenzamos a echar de menos a grupos o compañeros que ya no están presentes. Algunos fueron víctimas de la enfermedad y otros que en forma colateral deterioraron su salud física o perdieron ánimo por el baile. Factores como el cambio de rutina, el encierro y la falta de ejercicio hizo que en varios casos surgieran padecimientos o se recrudecieran algunos existentes.
En los salones de baile reconocemos la pista y los ambientes, son los de antes, pero se extrañan presencias, algunas que habían desaparecido aún poco antes de la pandemia y que todavía no nos habíamos acostumbrado a evocar y ante las notas de algún danzón me doy cuenta que ya no está Kinny mi amiga bailadora. Ella no fue víctima de la enfermedad pero quizá influyó en su salud el cambio en su estilo de vida por el encierro. Alex el bailador del eterno traje gris y de todos los salones, personajes como mi amigo Juan Manuel de la Rosa, ese artista plástico enamorado del género, o Laurita Fernández, a quién recuerdo cuándo me preguntó por maestros para aprender a bailar y eligió a Félix Rentería con quien trabó una larga amistad hasta su deceso. O en Guadalajara Socorro Salazar Coco quien bailaba con Raúl Casillas el pachuco conocido como El Psicodelico.
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Creo que todos tenemos nuestras propias pérdidas de personas y amigos que extrañamos, así como en contraste nos alegramos por volver a saludar a varios conocidos que hemos tenido la suerte de haber regresado al baile tras el encierro forzado. Me emociona ver a Mayra Patricia Castañeda con su buen bailar, a David Shalom entrevistando bailadores, también a Angelita Barrueta que se ve distinta bailando sin Gabriel Jardón quién nos dejó, pero celebro jubilosa que haya tenido fortaleza para regresar y continuar bailando, igual que Raquel Durán. Creo personalmente que el regreso al danzón de estas extraordinarias ejecutantes, es algo que hubieran celebrado los hombres que amaron y bailaron con ellas por tanto tiempo.
Algo cambió definitivamente pero el danzón debe continuar, así lo creo. Ya hemos estado en Veracruz con baile de gala lleno y estaremos en Oaxaca, tal vez en Reynosa y Chiapas. Otros irán a Acapulco, Querétaro y demás eventos, las matinés danzoneras han regresado, la ciudadela también está activa. El Gran Salón y el Gran Fórum ya dan trabajo a las orquestas al igual que el entrañable salón Los Ángeles, que en octubre próximo celebrará el tercer aniversario de esta revista con un baile que incluye a Felipe Urbán y Acerina, y que en la semana que termina albergó un nutrido homenaje a “Los Abuelos” María Elena y Pedro. ¡Qué bueno que se hagan estos reconocimientos en vida! Celebremos que el danzón está de vuelta, otra vez activo y esperemos que así permanezca por muchos años más.
Dedico este artículo a todos los compañeros bailadores y músicos fallecidos en estos tiempos y en especial a dos de ellos que nos dejaron hace unos días al tiempo que preparaba este texto: El maestro Arturo Pitalúa de “Los pregoneros del recuerdo” y El maestro Eliseo Matus mejor conocido como “Manzanita”, ambos muy apreciados por todos, pero especialmente en el puerto de Veracruz.