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El café del Carmen en Guadalajara

Este sitio de convirtió en una embajada del danzón en la ciudad jalisciense.

 ·  enero 25, 2023
El café del Carmen en Guadalajara
Tere y Jacobo Salazar bailando en el café del Carmen a ritmo de la Yucatán. / Foto: Cortesía Mina Arreguín.

Antes que nada, deseo para la comunidad danzonera que este sea un año pleno de salud, éxitos y mucho baile. En esta ocasión voy a referirme a ciudad de Guadalajara en dónde vivo desde hace una veintena de años y aunque nunca he perdido contacto con la Ciudad de México, a la cual siempre regreso tanto como puedo, me ha tocado ser testigo del gran crecimiento que el danzón ha alcanzado en La Perla Tapatía en las últimas décadas.

Cuando llegué al Occidente del país,  lo que más extrañaba era el danzón, las primeras semanas en verdad me sentía como Leona enjaulada y muy extraña en esta ciudad. Una cosa es ir de cuando en cuando de visita, y otra muy distinta es establecerse en ella, así como iniciar una vida con todas sus actividades cotidianas. Pronto descubrí el Casino Veracruz como el único lugar donde pude mitigar un poco mis ansias de bailadora, ahí se tocaba son cubano, salsa y cumbia, entre otros ritmos, pero danzón muy extrañamente. La Sonora San Francisco lo hacía eventualmente cuándo mucho una pieza y nunca pasaban de dos con su estilo lento, tipo bolero y distinto al de las orquestas danzoneras.

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Parecía que en esta ciudad no había nada relacionado con el danzón, a todo el que preguntaba contestaba que no sabía o respondía la con otra pregunta: ¿qué es eso? Un día, mientras me arreglaba las uñas en un salón de belleza al que acostumbra asistir cerca de mi casa, recibí una información de una de las chicas que me atendía y que ya conocía mi gusto por el baile. Me comentó que adelante en un negocio cercano había un letrerito que consignaba algo sobre el danzón, al salir del lugar Inmediatamente me dirigí a buscar el mencionado letrerito qué en realidad era un anuncio en una mercería que invitaba a una exhibición en el teatro Jaime Torres Bodet. Increíblemente encontré un enlace con el danzón en el lugar -ahora lo creo así-  menos probable; en la colonia Bugambilias que es un desarrollo residencial que aún hoy está en las afueras de la ciudad.

Grupo juvenil de  Jóvenes de Susy Rodríguez. / Foto: Cortesía Mina Arreguín.

María Elena Medrano propietaria del negocio y con la que platiqué brevemente me explicó que bailaba danzón y otros ritmos y vivía en mi colonia. El día del evento recibí la visita de un grupo de amigos de la ciudad de México ajenos al danzón, por lo que los convencí de ir a comer al centro y los invité a la presentación, pero ellos prefirieron esperarme en un bar cercano y solo me acompañaron a la entrada del teatro, cuando llegamos les pedí que me esperaran un momento para ver si reconocía a mi amiga, ¿cómo que reconocer, que no es tu amiga? Dijo uno de ellos “es que solo la he visto una vez respondí”, y agregué, “alguien que baila danzón y vive en mi colonia tiene que ser mi amiga, por lo menos eso espero”. Al asomarme al teatro la vi y entonces quedé de encontrarme con ellos al final de la función para ir a casa.

María Elena me presentó a Pinita González otra bailadora que vivía en la misma colonia y adolecía del mismo vicio del baile. Con ella y otra amiga llamada Anel Borondón conformamos un grupo de camaradas bailadoras que nos dábamos cita en el Casino Veracruz una vez por semana sin falta. Éramos un curioso grupo de  mujeres casadas que parecíamos divorciadas, por lo menos tres de nosotras, Martín mi esposo en esos años padecía una larga enfermedad, además de que nunca me acompañaba a cuestiones de baile. María Elena tenía un marido que trabajaba afuera de la ciudad y venía una vez cada 15 días y a veces una vez por mes, y Pinita estaba casada con un norteamericano que también la visitaba esporádicamente. Anel, si no recuerdo mal, era la única que sí estaba realmente divorciada,  de ese grupo yo siempre dije que ocupaba el tercer lugar compartido con María Elena, ya que Pinita había sido bailarina profesional del “ballroom” en los Estados Unidos y Anel tenía también mucha experiencia y soltura al bailar.

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Las salidas al Veracruz, y posteriormente mi involucramiento en el Café del Carmen, me ayudaron mucho con la dura carga que sobrellevé al llegar a la ciudad en esos tiempos: una especie de arraigo hospitalario que padecí, debido a la larga enfermedad de mi marido que se fue deteriorando poco a poco hasta su fallecimiento.

Un fin de semana en que visitaba la zona del hospicio cabañas, Martín me dijo: “Mina por ahí se oye tu música de danzón”. Efectivamente, caminamos hasta donde se percibía el sonido y había un señor que tenía una grabadora en el piso que tocaba danzones y practicaba con un par de mujeres. Así conocí al profesor Dolores Mártir, uno de los iniciadores del danzón en Guadalajara, había otro grupo dirigido por Leopoldo “Polo Rodríguez” en la Universidad de Guadalajara que comenzó a partir de una invitación de la destacada escritora y realizadora del programa cultural de radio más longevo y escuchado en la ciudad, Yolanda Zamora, de la que me hice amiga, pero fuera de eso, no parecía haber más actividad danzonera en la Guadalajara.

Más adelante conocí a Benjamín Bautista, al pasar por su café, “El Carmen” en el que convivían las baguettes, ensaladas, café, antigüedades y buen gusto. Me platicó que ahí estaban empezando a bailar danzón en forma incipiente, nos hicimos amigos y me invitó a que le ayudara con la organización de los eventos de danzón y toda la demás oferta cultural  que diseñaba para su lugar. Le interesó mucho lo que le comenté acerca de las actividades culturales que yo había organizado en la Casa de la Cultura de Coyoacán en la capital del país y fue el inicio de otra etapa de mi vida danzonera en Guadalajara y  la generación de una importante amistad.  

Mina Arreguín bailando con Benjamín Bautista en abril del 2006. Foto: Cortesía.

El Café del Carmen representó un parteaguas en mi vida en la ciudad, al fin había encontrado un lugar que me ofrecía la oportunidad de bailar una vez por semana danzón y hasta participar en su diseño y crecimiento. Benjamín se convirtió en mi pareja de baile, y se inició una etapa de correrías culturales no solo de danzón, en el sitio se ofrecían otros ritmos: los lunes Salsa, los miércoles jazz, jueves flamenco, viernes tango y sábados de danzón.  El café del Carmen fue la primera plaza danzonera en la ciudad y duró aproximadamente 7 años, ahí prácticamente sin descanso se tocó danzón sábado a sábado sin interrupción, así fuera navidad o cualquier otro día festivo, incluso llegó a haber días que se bailó bajo lluvia tenue con paraguas en mano. La pareja estrella, y que siempre abría el baile ejecutando el primer danzón, era la conformada por la elegante y ya finada Socorro Salazar “Coco” y Raúl Casillas vestido al estilo pachuco “el psicodélico”, tras ellos la pista se poblaba con todos los demás bailadores, mientras eran observados en las mesas circulares por un público cada vez más creciente.

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El lugar llegó a ser un ícono de la ciudad por aquellos años, su espacio arbolado junto a la iglesia barroca del siglo XVII, enmarcado por majestuosas casonas que le daban un aire seductor, con sus adoquines que a fuerza de la arrastradita pisada del baile de danzón se fueron alisando y su jardín con su fuente central que habían sido antaño un solo cuerpo arquitectónico con el magnífico exconvento del Carmen -que ahora alberga un museo- y que quedó dividido por la avenida Juárez que en la actualidad separa el Exconvento de la Iglesia y el jardín donde se hallaba el Café del Carmen.

En los sábados de baile en el Carmen conocí de cerca a muchas buenas bailadoras de Guadalajara como: Mary Chuy Huerta, Susy Rodríguez -hija del maestro Leopoldo “Polo” Rodríguez- que conducía un grupo de jóvenes bailadores y algunos de ellos nos acompañaron a un festival de danzón en la habana, entre esos jóvenes se encontraban amigos entrañables como Ángeles Mendoza y Javier Marín que siguen en bailando danzón. Otros buenos ejecutantes asiduos a la plaza eran los doctores Amparo y Arturo  González, así como Fausto Cigala, que no era pareja todavía de la extraordinaria Lupita Nava. También estaba Alejandro Mora, quién falleció muy joven dando clases a sus aún más jóvenes alumnos en la U. de G. Alejandro bailaba con Elvira Romero, a quién no veo hace mucho en el mundo danzonero.  Recuerdo también a otras personas asiduas como: “La güera” Caroll Messina, Melly Manzo, Armando y Rita; Panchito Molina ya desaparecido, Rocío gallegos, Mela Orozco  y otros más que conozco y no recuerdo sus nombres o que obviaré para no alargar el texto interminablemente.    

Muchos años han pasado y todavía muchas personas en Guadalajara me preguntan a mí o a Benjamín si tenemos planeado abrir otro café similar, de ahí surgieron grupos de personas que nos acompañaron a festivales de danzón en Cuba. Se invitó a maestros de la Ciudad de México como la familia Salazar; Tere y Jacobo, se recibieron visitas de destacadas personalidades del medio como: Luis Peña y Velia Caro, Guille y Capullo; Nicolás Peredo y Cristy de puebla y muchos más. También se organizaron visitas de algunas orquestas: Acerina del maestro Diego Pérez, La Yucatán del maestro Pablo Tapia, al igual que La Aragón del maestro Silverio Fuentes. El Carmen vio pasar también a integrantes de varios grupos de danzoneros tapatíos, algunos permanecen y otros desaparecieron o se han integrado en grupos de más reciente creación, menciono algunos solo ilustrativamente: “Al rescate del danzón” “danzón Guadalajara” de Sandra y Eduardo, “Danzonerísimo” de Roberto Esqueda y Betty, este grupo continúa de la mano del muy buen bailador y ahora maestro Junior Esqueda, quién era un niño en los tiempos del Café del Carmen.

Lejos quedaron los tiempos en que llegué a vivir a Guadalajara, ahora las plazas públicas donde se baila danzón se han multiplicado, menciono algunas representativas:  la plaza del Santuario y la que dirige Chema y Maura en la explanada del templo del Expiatorio los domingos, que ante la desaparición del Carmen es sin duda la que más tiempo lleva y con mucho éxito. También es de mencionar que en la ciudad se organiza desde hace muchos años un foro anual danzonero, yo fui la organizadora del primer congreso y ahora José Luis Salinas y Anita alcanzará la cifra de doce con el que se realizará en febrero próximo.

Raúl Salinas y Anita recibiendo el Premio Rosa Abdala 2022. / Foto: Omar Montalvo – Revista Danzoneros.

Una última anécdota y reflexión, analizando mi vida en Guadalajara en pocas palabras puedo afirmar que la posibilidad de bailar en el café del Carmen contribuyó a disminuir la presión anímica que enfrentaba ante mi circunstancia personal dada la enfermedad de mi marido en los primeros años de vivir aquí. La amistad con Benjamín Bautista fue un factor de mitigación y ayuda efectiva que mucho valoro. Después del deceso de Martín, más tarde aparece Homero en mi vida la cual toma un rumbo diferente y pleno de compatibilidades, empezando por la afición al baile.

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Homero empezó a visitarme ya viuda en la Ciudad de México trasladándose de la cercana ciudad de Toluca para ir a bailar en los diferentes salones, después comenzó a venir a Guadalajara precisamente al Café del Carmen. Benjamín observaba que sus visitas se hacían más frecuentes y por supuesto sintió amenazada la continuidad de la pareja de baile que conformábamos él y yo. Cuando formalizamos nuestra relación y decidimos caminar por la vida juntos, Homero me confió que notaba que Benjamín en palabras suyas “no lo tragaba ni capeado en huevo”, aunque siempre era amable y muy correcto, yo le dije “pues claro, recuerda lo que dicen los bailadores: es más fácil encontrar una esposa que una pareja de baile” y entonces ocurrió algo que me pareció muy afortunado, Homero buscó a Benjamín en el café del Carmen y le dijo “mira Benja, se que Martín cuando ya estaba muy enfermo te pidió que cuidaras a Mina cuando él faltara, y por ello vengo a pedirte su mano pues vamos a hacer vida juntos”. Benjamín le dio un abrazo a Homero y desde ese día se convirtieron en buenos amigos, al grado de que hemos compartido muchas anécdotas en viajes, vivencias en el mundo del baile y otras actividades culturales y personales.

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