El danzón nos hermana con Cuba
En esta entrega, Mina Arreguín habla sobre las diferencias y similitudes de cómo se baila danzón en México y Cuba.
Estaba escribiendo sobre otro tema cuando leí el artículo del director de esta revista; Arturo Ordaz en La-lista con un título provocador. Además de invitarlos a seguir sus interesantes colaboraciones periódicas, decidí en esta ocasión reflexionar sobre el tema del que he escrito en otras oportunidades, no para competir o discutir nada con mi estimado Arturo, ya que su artículo me ha parecido muy atinado e interesante, más bien motivada por su texto me atrevo a esgrimir mi propia mirada acerca del tema.
En mi libro sobre el danzón[1] hay toda una sección dedicada al tema “El danzón en la tierra de Martí”, releí todos esos capítulos y recordé mis viajes a La Habana dentro de los festivales de danzón que organizaban entre otros José Loyola director de la Charanga de Oro y de la Uneac (Unión de escritores y artistas de Cuba).
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Desde las primeras veces que asistí a La Habana percibí muchas diferencias en la manera de bailar danzón de los cubanos con respecto a nosotros, ellos para empezar esperan el doble de tiempo antes de iniciar con la primera melodía, diez y seis compases, bailan mucho más pegadito y van como en contratiempo, inician y oyen distinto, pero al final cierran igual que nosotros aunque a decir verdad ellos pueden cerrar medio tiempo después y no pasa nada, parece ser que está permitido hacerlo así, la mayoría cierra igual a nosotros pero otros se pasan “tantito”.
Los cubanos parecen no estar angustiados como muchos de nosotros por cerrar exactamente a tiempo, quizá por ello percibo también que disfrutan mucho el baile y lo hacen de manera sensual y cadenciosa, la música podríamos decir que es la misma y no, me explico: muchos de los danzones son comunes en Cuba y México y son interpretados por sus orquestas y las nuestras, sin embargo las dotaciones de instrumentos son diferentes y parecen tener una cadencia distinta, no quiero decir que alguna música sea mejor que la otra las dos son espléndidas, pero es notorio que las orquestas cubanas dan mucha importancia a la flauta y al violín y las mexicanas tienen una dotación más parecida a una “jazz band” con muchos saxofones y clarinetes.
En Cuba conservan todavía en forma regular presentaciones con piquetes típicos y charangas con un menor número de integrantes, pero con una maestría y ritmo en la ejecución que invita de inmediato a bailar. En México una agrupación similar es “La charanga del puerto” en Veracruz, que toca danzones muy “acubanados” y otros géneros como el son y el mambo y en el formato de orquestas más grandes, la Danzonera Yucatán del maestro Pablo Tapia da mucha importancia a la flauta y a mi juicio posee el toque cubano, estas agrupaciones podrían ser una muestra muy similar a las orquestas que escuché en la isla.
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Otra diferencia que llamó mi atención de inmediato fue el enlace para el baile: los cubanos no levantan el brazo y el codo al aire sino que mantienen un acoplamiento más directo brazo con brazo como en la mayoría de los bailes y como en el tango, a mi juicio eso permite una mejor coordinación y conducción de líder para transmitir los movimientos que se deben hacer a la seguidora, sin embargo hay danzoneros amigos en México que consideran que es muy elegante levantar el brazo y lo valoran como un aspecto estético que debe ser respetado, no sé realmente quién fue el primero que inició con esas modas, a mí particularmente me gusta más el estilo cubano de enlace porque me parece que facilita el desarrollo del baile en la pareja, pero tampoco critico a los que piensen distinto, ya que es correcto que todo mundo tenga como yo su propio criterio.
De igual forma, las cubanas toman en la abanico en la mano derecha al contrario de la usanza en México, yo he copiado esa manera de portar el abanico y debo decir que tiene sus dificultades, a Homero le costó mucho trabajo acostumbrarse a manejar mi mano con el abanico de esta forma, sobre todo en los giros al florear -cosa que no hacen los cubanos- la mano abierta de él sobre mi muñeca exigió mucha práctica hasta que aprendió a dominar ese estilo, seguramente dirían los cubanos: “Quién los manda abrir y florear”. Esta manera adoptada por mí ha hecho que en varias ocasiones compañeras danzoneras que no me conocen se atrevan a decirme que estoy usando mal mi abanico, no me molesta que me lo digan y les explico que a mí me gusta usarlo a la “Cubana”, por supuesto a muchas no las convenzo con mi argumentación.
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Si bien, como todos sabemos el danzón nació en Cuba y de ahí llegó a México para enraizar en los entornos populares de nuestra patria, creo igualmente que todos ya estamos de acuerdo en que hay un danzón mexicano que se transformó de aquel llegado de Cuba adoptando las características propias de nuestra idiosincrasia y cultura, o quizá deba decir culturas, no es lo mismo el danzón tradicional de Veracruz, que el desarrollado en la capital del País. Al respecto disfruto y cito al maestro Gonzalo Romeu quien reflexiona acerca de como de forma natural el danzón se entrelaza entre Cuba y México:
“El concepto migración siempre se relaciona con la gente, y con la gente también migra la cultura. Pero la música migra a través del viento y del mar, sin que alguien la lleve consigo en una estampida, dentro de una bolsa de miserias y renovadas ilusiones. Aquel mar…a decir de José Martí, es el mismo que une a Cuba y México en un espacio tan pequeño que, más que un estrecho abrazo parece el beso pasional de dos amantes furtivos. Tenemos dos grandes amores, dos músicas inmensas: el bolero y el danzón. Las hemos compartido con tanta generosidad, que pasa a un segundo plano la necesidad de saber si el bolero va o viene, o si el danzón llegó o fue para allá.”[2]
Comparto por lo tanto el final del texto de Arturo Ordaz y las palabras del maestro Gonzalo Romeu, a estas alturas ¿quién puede detentar con claridad absoluta la paternidad del danzón?
[1] Arreguín Mina, “Danzón abanico de tonalidades” D.R. Primera edición 2016.
[2] Op.Cit. página 247