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El danzón bailado

Aunque todos llegamos de diferente manera al danzón, compartimos el gusto por este bello ritmo, escribe la cronista Mina Arreguin.

 ·  agosto 20, 2021
El danzón bailado
Bailarines en la plaza de la Ciudadela. Foto: Arturo Ordaz - Revista Danzoneros.

Con este escrito inicio una etapa de colaboraciones periódicas que pretenden mostrar distintos aspectos, con miradas propias o ajenas de quienes disfrutamos de bailar o de escuchar la música del Danzón interpretado por las múltiples orquestas.

Considero que cada quién percibe el Danzón desde su muy particular punto de vista, desde su personal background o sea, los antecedentes que tenga acerca de la historia de este género, lo involucrado que esté en su interpretación dancística y el conocimiento que posea sobre la música, sus creadores e intérpretes.

Existe algo en común en quienes gustan de este género y lo disfrutan al bailarlo y es que: ¡nunca lo dejarán!  

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Siempre he comentado con quienes se inician en este ambiente, que “el danzón es adictivo y terminal”, y que si se involucran con él,  de manera apasionada y constante tendrán un mundo de experiencias gratas como son: los bailes en salones, las presentaciones en teatros, el formar parte de un grupo con intereses semejantes, viajar con ellos para participar en encuentros danzoneros, etc.

En el mundo danzonero hay quienes lo bailan y lo disfrutan, quienes gozan simplemente viendo bailar a otros, pero existen también entre los bailadores parejas que lo sufren, que establecen una relación cuasi masoquista y gozan sufriendo o sufren gozando.

La razón principal de esta situación problemática es la métrica y ocurre por regla general en los bailadores que habiendo recibido de sus maestros o instructores un severo entrenamiento fundado en el conteo de los pasos, la exactitud para iniciar una pieza y sobre todo la precisión en el cierre, no han alcanzado todavía la seguridad y fluidez para bailarlo sin preocupaciones y disfrutarlo más. De hecho hay quienes nunca dejan de sufrirlo.

Por supuesto no pretendo denostar la labor de quienes lo enseñan, al contrario, creo que los maestros e instructores de este género siempre han existido, aunque actualmente es notorio que son más numerosos y su contribución al desarrollo y fortalecimiento del baile desde siempre es invaluable, sus enseñanzas a los que inician están fuera de toda discusión.  

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Pero en contraste, me ha tocado conocer a mujeres y hombres que aprendieron en los salones de baile, que han iniciado casi por sí solos, observando a los que tienen fama o llaman más su atención y a los más experimentados. Personajes que después de muchos intentos fallidos al invitar a bailar a damas con las que no pudieron lograr una armonización durante los minutos que dura un danzón, pero que a fuerza de atreverse y de perseverar van adquiriendo seguridad y destreza para una buena ejecución.

Quizá para las mujeres sea más sencillo, porque son los varones quienes conducen mientras nosotras lo seguimos lo que nos facilita un poco la tarea. Las mujeres comienzan a asistir a los lugares de baile, dispuestas a aceptar una solicitud a mano tendida de algún bailador, pero por lo general, si no las han visto bailar los asiduos del salón, permanecerán sentadas o si tienen suerte alcanzarán a bailar una o dos piezas.

Pero si son constantes y  pacientes poco a poco van siendo observadas por los distintos bailadores y con el tiempo llegan a ser tan buenas ejecutantes que no dejan pieza “sentida”. Esta generalización tiene desde luego múltiples excepciones, muchas y muchos llegan con la habilidad para bailar desde el primer día, con clases de baile o sin ellas, algunas damas aún cuando sean principiantes encuentran maestros de ocasión muy dispuestos a enseñarles en virtud de su juventud o apariencia física, o si es invitada de una amiga que ya baila puede ésta presentarle compañeros que la inviten sin el requisito de saber bailar de antemano.

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El conocimiento colectivo y las características esenciales del danzón se trasmiten desde la academia, los amigos o los salones, de una forma u otra todos reconocemos que hay que bailarlo por el piso “arrastradito”, con elegancia y observando los pasos básicos: cuadro, columpio y paseo. Incorporamos la costumbre de respetar la etiqueta del baile y sus formas, aquellas que la cultura a través del tiempo ha construido a su alrededor y es reconocida por todos, sin manuales, de boca en boca.

Sabemos que muchos han adoptado el danzón -sin exagerar- como “forma de vida”.

En este devenir, cualquiera que sea el modo en que se aprende a bailar, académico o en los salones, resulta irrelevante siempre y cuando el resultado obtenido sea alcanzar el regocijo y placer al bailarlo.

Algo tiene este ritmo que cautiva y enamora a los que lo practicamos. Y cómo no, sí “…hasta la reina Isabel baila el danzón, porque su ritmo es muy dulce y sabrosón…”

A la memoria de Kinny Uehara,    
querida amiga te vamos a extrañar.

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