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Una coreografía (parte II)

En esta segunda entrega, Mina rememora una de las anécdotas sobre su única coreografía en el danzón.

 ·  abril 29, 2024
Una coreografía (parte II)
Coreografía en Plaza Las Américas. Foto: Cortesía de Mina Arreguín.

Terminé el artículo del mes anterior afirmando que no había bailado una coreografía en sentido estricto en aquella presentación de la Plaza las Américas de Metepec hace años, y lo considero así todavía. Cuando Tere Salazar me convenció de ser la madrina del grupo de baile con el que celebraría el primer aniversario de sus clases en esa plaza comercial, me dijo también que en el lugar había un señor que era el promotor de esa actividad. Me comentó que igual que yo tenía una cafetería y que los trataba muy amablemente a ella y a Jacobo que la acompañaba siempre.

La maestra Salazar ya conocía el Café del Carmen de Guadalajara en el que se bailaba danzón todos los sábados y en el que en sociedad con Benjamín Bautista logramos convertir el sitio en la primera plaza danzonera de la ciudad. Muchos años se promovió el baile en la céntrica Plaza del Carmen, un lugar muy bello enmarcado por un par de casas de fines del siglo XIX, con su jardín arbolado profusamente y su fuente central, coronado todo ello con el magnífico templo dedicado a la virgen que veneran y da nombre a los religiosos denominados “Carmelitas Descalzos”. Tere había sido invitada por nosotros a
dar clase en el Café del Carmen, siempre tratándola con la amabilidad que merece un gran
personaje del danzón como ella lo es.

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En una de sus llamadas telefónicas la maestra Salazar me dijo “entonces en qué quedamos ¿si vas a bailar la coreografía? fíjate que el señor de la cafetería de Metepec, el que te digo que es muy amable, no tiene con quién bailar, me gustaría que bailaras tu con él, y lo de la orquesta ya me dijeron que no hay problema con el presupuesto”. No le dije ni sí ni no, pero me llamó la atención que el señor no tuviera con quien bailar, lo primero que pensé es «¿cómo estará el tal señor que no hay quien baile con el?; ¿olerá mal?» Si lo normal es que alguien que baile, aunque sea un poco, sea candidato apto para intentar al menos una pieza.

En esos años yo ya vivía en Guadalajara y había enviudado, conservaba todavía un departamento en la Ciudad de México que usaba al menos una semana y a veces hasta dos al mes, ya que tenía la costumbre de visitar la gran ciudad para llenarme de amigos, smog y baile. En una ida a la ciudad de México me encontré a Daniel Vargas y Anita su esposa y me invitaron a Metepec, ellos ayudaban a Tere llevándola desde el entonces D.F. y trayéndola de regreso. A mí me convencieron de ir con este argumento: “Ándale Mina, nos vamos temprano, te llevamos al centro de Metepec que es muy bonito con la iglesia del calvario en lo alto del pueblo y de paso consigues el arbolito de la vida de barro, ese que tu hija te pide, ahí hay muchos de todos tamaños y colores y luego vamos a la clase de Tere para que veas que bonito está el piso y cuantos alumnos ya tiene”. Ante una propuesta tan convincente me decidí a ir con ellos.
La plaza comercial era un lugar muy espacioso, bien iluminado y con un piso de mármol bien pulido que invitaba a deslizar los pies sobre su superficie, los empleados de mantenimiento del centro comercial acomodaban unas bocinas enormes, conectaban un equipo de sonido profesional y un par de micrófonos para facilitar la clase a tantos alumnos, asegurando que la maestra y Jacobo pudieran ser escuchados con facilidad.

Antes de la clase y la práctica de la rutina, visitamos la cafetería del señor a quien Tere describía como amable, dentro del centro comercial. El resultó ser un tipo alto, agradable y de pulcra apariencia, nada parecido a lo que había imaginado en la llamada telefónica previa, platicamos un rato y hasta me cayó bien. Esa vez el señor de la cafetería no pudo asistir a la práctica de la coreografía, aunque se desarrollaba a unos pasos de su negocio, así que yo fui sola y practiqué con varios de los alumnos. Al terminar regresamos al negocio a comer crepas, empanadas argentinas, capuchinos y postres, Platicamos otro rato hasta que me dijo Tere: “Ya viste Mina que está bien fácil la coreografía, no hay cambio de parejas ni cambios de lugar, que acá las mujeres y los hombres para allá ni nada de eso, para que te animes y bailes con nosotros”.

El dueño de la cafetería en un momento en que se desocupó brevemente cuando ya había atendido todos nuestros pedidos, se me acercó un poco temeroso y en voz baja para no ser escuchado por los demás y me preguntó: “¿A poco si bailarías la coreografía conmigo?” le respondí que si él se la aprendía y me guiaba no tendría problema para participar, le aclaré que yo estaba acostumbrada a bailar con diferentes personas y cuando ellos me llevan bien pues los sigo sin problema. El sacó un papelito maltratado como un acordeón para examen de secundaria, con una serie de instrucciones escritas: “Apertura sencilla, inicio cuadro al centro, cambio de frase columpio…enredo y remate de la primera melodía…etc”. Antes de terminar su explicación le dije que no me iba a aprender nada de eso, que él memorizara los pasos de la rutina, que los practicara y que me guiara, como corresponde durante el baile y “tan tan”. Estuvimos todavía un buen rato en el lugar bromeando y platicando a pesar de que ya era tarde, sin embargo, el hecho de tener vehículo para regresar a pesar de la carretera nos hacía evitar alguna preocupación por la hora. “Se nos fue el santo al cielo”, nos regresamos pasadas la once de la noche. Después de ese día no volví más a Metepec para ninguna práctica o preparación para la presentación.

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En las semanas siguientes mi nuevo conocido me hizo algunas llamadas telefónicas estando yo en Guadalajara, la primera fue para decirme que se había aprendido bien la rutina y que la maestra Salazar tenía mi vestido nuevo en color verde para la presentación, “¿cómo? -dije- Si me había dicho que con un vestido negro que yo ya tuviera era suficiente” al notar mi sorpresa él me comentó que a su hermana le habían gustado los vestidos verdes y que ella seguramente se lo quedaría después de la presentación.

Otra vez me llamó y me enteré que también ya estaban listas mis nuevas zapatillas plateadas
para el evento y de nuevo al notar que yo no estaba enterada ni completamente de acuerdo, comentó que su cuñada estaba interesada en quedarse con las zapatillas, cosa que ocurrió así, el vestido verde aún lo conservo, aunque no lo he vuelto a usar.

Una semana o tal vez dos -no recuerdo bien-, antes de la presentación de la Plaza las Américas en Metepec, en Guadalajara habíamos celebrado un aniversario más del Café del Carmen, para ello se invitó a la orquesta del maestro Pablo Tapia: La Yucatán, que realizó dos presentaciones, la primera en el jardín que albergaba el café con una asistencia total, como reza el habla popular, no cabía un alfiler; la segunda en El Casino Veracruz, con la asistencia de solo unas cuantas parejas del medio danzonero de Guadalajara. En los hechos, la presentación gratuita para la mayoría o a cambio de un módico consumo en las mesas para los que alcanzaron lugar en Café del Carmen, sació a los danzoneros tapatíos, quienes no consideraron adecuado pagar la entrada del Casino Veracruz y disfrutar a la Danzonera en un lugar cerrado con un piso y acústica espectaculares, con varias tandas y alternando con la Sonora San francisco, pero no fue sólo asunto del costo, hubo una especie de boicot por algún personaje que se sentía el
juez supremo del ritmo en las inmediaciones de la ciudad y que invitó por escrito a no hacernos el “caldo gordo” a los organizadores y hubo quienes le hicieron caso.

Afortunadamente la asistencia de los bailadores habituales de ese salón de baile y la generosidad del propietario, de grata memoria, el Sr. Ramírez, contribuyeron a que se pagara la Danzonera Yucatán sin problema. El maestro Tapia se percató de que la asistencia de bailadores de danzón fue casi nula y en algún momento me comentó: “Mina que pena que la gente no vino, pero se ve que Benjamín te quiere mucho”, creo que Pablo Tapia pensaba que Benja y yo éramos esposos, mucha gente no sabía que solo éramos pareja de baile y amigos. El maestro Tapia tampoco supo que no todo el gasto de la presentación corría por nuestra cuenta y que la pérdida monetaria no fue tan significativa, además valió la pena ya que bailamos unas tandas de danzón extraordinarias en una pista despejada, ya que muchos de los habituales preferían bailar con la Sonora.

Viajé a México unos días antes de la presentación en Metepec, era un sábado y llegué temprano, me dirigí a “Il postino” así se llamaba la cafetería del nuevo conocido, que a estas alturas se estaba convirtiendo en un incipiente amigo después de varias conferencias telefónicas. Él había iniciado la costumbre de llamarme con cualquier pretexto acerca de la presentación, siempre había algún motivo que daba origen a la llamada, aunque muchas veces derivaba en amplias charlas sobre temas de todo tipo. Ya en su negocio me invitó un capuchino y algo de desayunar, además me facilitó un baño en la parte posterior de su negocio donde no entraban los clientes y en el que había un espejo para arreglarme y cambiarme, puesto que llevaba un vestido para conducir el evento y en algún momento tendría que ponerme el otro, el vestido verde para la famosa coreografía.

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Antes de iniciar, me dirigí con tacones altos y arreglada al escenario para verificar el lugar, los micrófonos y en una palabra, para ubicar en dónde convenía acomodarme para la presentación, con el piso bien pulido y por tanto resbaloso de la plaza y mis zapatillas nuevas no me sentía segura al andar, por lo que mi conocido me extendió caballerosamente el brazo para ayudarme. En ese momento nos cruzamos con Pablo Tapia que caminaba en sentido contrario y al saludarnos puso una cara de esas que
únicamente las mujeres tenemos la capacidad de descifrar, si se pudiera leer el pensamiento de las personas cual globo de texto en una historieta del tipo “comic”, el maestro tapia estaría pensando algo como esto: “Qué canija, ya me la caché con el otro” o “Caramba, Mina tiene galán en Guadalajara y galán en Metepec”.

El evento fue muy exitoso desde cualquier punto de vista, la coreografía salió muy bien, el señor amable me llevó sin titubeos y lo seguí sin haber yo memorizado ningún paso, por esa razón digo que no bailé una coreografía en sentido estricto. De igual forma a mis amigos Armando y Rita de Guadalajara que se sorprendieron al verme vestida igual como es usual en las rutinas de los grupos danzoneros y a quienes respondí: “siempre hay una primera vez y tuve mis razones”. Entendieron inmediatamente que entre las razones estaba el inició y la construcción de una relación con el señor amable de Metepec que se llama Homero y que ahora es mi marido.

Mina Arreguín y Homero Torres durante la coreografía en una plaza de Metepec. / Foto: Cortesía.

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